Un sueño de Dios
- Alvaro Panzitta
- 22 ene 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 31 ene 2020

Siempre me sentí muy amado y mimado por Dios. Desde niño experimenté su amor de Padre que me acompaña a lo largo del camino y me enseña cómo ser mejor hombre cada día. Esas enseñanzas no son para guardármelas sino para alimentar el corazón de otros. Por eso dedico mi vida a contar lo bueno que es Dios y cómo nos puede ayudar a realizar ese sueño de felicidad que tanto anhela cada persona; porque ese sueño estuvo primero en Su corazón. Él nos quiere libres, felices y con un corazón sano en todo sentido. Él nos sueña santos.
Ésta es la crónica de mi viaje, que empezó hace más de treinta años, cuando Dios presentó a mis papás y bendijo su unión. No puedo negar que ellos se conocieron gracias a Él. Mi papá rezaba por quien fuera a ser su esposa, para que Dios la cuidara y la protegiera. Mamá vivió en Uruguay, hasta que una certeza cruzó su oración: no era en su tierra natal donde la esperaba su "San José". Sus caminos se cruzaron sin que importase el origen y modo de vida de cada uno. Y luego de casarse me concibieron. Ahí comenzó la aventura de mi vida con Dios. Escribo este testimonio porque me doy cuenta que mi vida es una historia de salvación. Un relato muy rico que muestra lo que Dios puede obrar en la vida del hombre. Yo fui salvado por el amor de Jesús, que quiere salvarnos a todos.
Nací en el seno de una familia cristiana, en el mes del Sagrado Corazón de Jesús. Me bautizaron en la parroquia Dulcísimo Nombre a temprana edad, por temor a que no sobreviviera, ya que padecía una cardiopatía congénita. Antes que naciera, mis papás participaban en un grupo carismático, el cual intercedió por mí, durante la gestación, y tres años después, cuando llegó la operación. La intervención fue en el Garraham, donde estuve 90 minutos con el corazón fuera del cuerpo y tengo la certeza que Jesús estuvo conmigo –hasta me parece recordar haber estado juntos a la orilla de un lago, comiendo pescado asado. Eso hizo crecer mi devoción por su Sagrado Corazón. Él me cuidó como un hermano mayor lo haría con el más pequeño. Y yo quise hacer lo que hacen los hermanos menores: imitar al más grande para parecerse cada día más. Con el tiempo, ese se volvió el lema de mi vida: "el hermano menor imita al Hermano Mayor y aprende a caminar".
Todos podemos descubrirnos hermanos menores de Jesús, cuidados por él. Si nos animamos, podemos realizar una línea del tiempo, con los acontecimientos más importantes de nuestra historia. ¿Tenemos registro de Su Presencia en esos momentos? ¿Hay algún indicio que pueda revelarnos que Él estuvo ahí? Si no lográs encontrarlo en tu historia, al menos dame el beneficio de la duda, porque estoy seguro que Él estaba al lado tuyo, porque Jesús nos ama a todos y un día lo prometió “yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”[1].
Si te animás, preguntale en qué momentos de tu vida se hizo presente, pedíle que te lo muestre. Si no sabés orar, cerrá los ojos, y empezá simplemente diciendo “Jesús, quiero conocerte, ayudame a reconocer tu presencia en mi historia, en mi vida”.
¿Por qué querrías conocerlo? Porque en los momentos de dificultad, todos nos hacemos grandes preguntas “¿Dios existe? ¿Me puede ayudar? ¿Para qué vine al mundo? ¿Para qué existo yo?”. Si realmente querés descubrir la verdad de las cosas, no dejés de buscar a Dios.
Si ya lo conocés, si lo descubrís presente en tu historia, o si sentís que le perdiste el rastro, si dejaste de creer en él o en la Iglesia, te invito a que te preguntes qué imagen tenés de Jesús. ¿Será una imagen verdadera? A veces nos hacemos caricaturas de nosotros, de otros, y también de Dios. Alguna vez habrás visto como en las ferias hacen dibujos exagerados de famosos o de uno mismo. Esas caricaturas se caracterizan por no ser realistas, desproporcionan la verdad. Nos puede pasar lo mismo con la imagen de Dios.
¿Quién es Jesús para vos? ¿Te animás a descubrir su verdadera imagen?
Vos también sos un sueño de Dios hecho realidad.
[1] Cfr. Mt. 28, 20.
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