Respetarse
- Alvaro Panzitta
- 8 feb 2021
- 4 Min. de lectura

Cuando empezamos a participar de un espacio de Iglesia, una comunidad o grupo, es bueno tener presente para qué vamos: principalmente para encontrarnos con Dios. Al conocerlo a Él nos vamos conociendo más a nosotros mismos, pudiendo elegir todo aquello que nos hace bien. Cada encuentro busca calar hondo en nuestra identidad, sentando las bases de una personalidad fuerte llamada a la Santidad. Y para llegar a ser Santos buscamos cada día, ser la mejor versión de nosotros mismos.
Al principio decíamos que son muchas las propuestas que nos van a llegar desde el exterior, para sacarnos de ese lugar de Gracia, de paz, de encuentro profundo con Dios. Pero también pueden surgir arrebatos de corazones, dentro del mismo grupo.
La mayoría de las veces es algo inconsciente o por estar viviendo en la superficie en vez de ir a lo profundo, como nos propone Dios en cada encuentro. Por ej.: cuando una chica o un chico busca estar con varios del mismo grupo, sólo por pasar ratos de placer. Un desorden afectivo dentro de la comunidad afecta a todo el grupo. No es lo mismo que dos se conozcan en el mismo espacio y se pongan de novios, a que sea un “todos con todos”.
Son los catequistas –o pastores–, los que tienen que estar atentos a que ninguna situación semejante arrebate la Gracia que Dios nos tiene preparada para ese espacio. Signo de estos desórdenes, son las correrías dentro del Templo, las charlas durante la misa, la falta de interés por las cosas de Dios, el compartir vacío.
Somos los miembros de la comunidad los que tenemos que respetarnos mutuamente y hacernos respetar. Porque queremos vivir de una manera distinta. Ir al grupo no es lo mismo que ir al club, a bailar, ni juntarse en una esquina. Cuando descubrimos lo Sagrado del espacio, de nuestros corazones y de los de nuestros hermanos, no nos puede dar igual lastimarnos mutuamente.
Caminar en una comunidad, es caminar hacia un ideal de vida basado en la fe que tenemos.
¿Qué busca nuestro corazón en la vida, en general? ¿Qué buscamos al participar de un espacio de Iglesia? ¿Vivimos o sobrevivimos? Dios nos anima a vivir con esperanza, ese es nuestro ideal, por contraste con la desesperanza que reina en el mundo.
Somos un proyecto de Dios sin terminar, una obra que sigue siendo modelada por nuestro Creador, a medida que lo dejamos hacer en nosotros para dar lo mejor de cada uno. Y porque Dios es nuestro Hacedor, confiamos que vale la pena vivir, y vivir por un Ideal por el cual uno daría la vida.
Dios nos llama a seguir creciendo desde el lugar que estemos hoy: sea que vivamos un tiempo de ser como la semilla, como el tallo o como el árbol. Apuntando a un Ideal que se va conquistando día a día con nuestras opciones: la Santidad. Pero no se trata de una conquista arrasadora. No es un proceso en el cual no me importa más que la meta y dejo heridos por el camino, o termino lastimado yo. Ese tipo de “objetivos” se dan muchas veces en el mundo, por ej.: si por ascender en el trabajo le serruchamos el piso a los demás. Pero Dios no es así. El Reino no se le serrucha a nadie. Al contrario, el servicio es puerta a la Eternidad. El amor al prójimo es puerta del Reino.
Tampoco es hacer lo que queramos, creyendo que conquistamos la libertad absoluta. Porque el libertinaje no es libertad. Y los extremos, tanto como las “salidas de emergencia”, no son camino al Reino.
La Santidad es buscar lo que es grande a los ojos de Dios en lo ordinario de cada día, en lo más pequeño. Usando la verdadera libertad, para elegir bien. Teniendo gestos, palabras y obras que hablen del amor de nuestro Creador. Desde lavar los platos, pasando por dar el asiento en el colectivo, hasta postergarse a uno para el bien común.
Y nuestra vida vale más que un momento en el cual estamos tristes o uno en el que desbordamos de alegría. Nuestra vida vale en su totalidad, por completo, porque es una vida amada por Dios más allá de las circunstancias.
También la vida del otro, por eso es bueno darnos a los demás como Dios se da a nosotros. A veces, los gestos de amor más simples y espontáneos duran para siempre, se vuelven eternidad en el corazón de Dios y del ser amado.
San Juan Pablo II decía “es a Jesús a quien buscan en sus sueños de felicidad”, ese es nuestro Ideal. Y el del resto del mundo, aún sin saberlo. Porque quién no anhela ser feliz Y aquel que nos hace feliz sobre toda circunstancia, no es otro que Jesús.
El P. Mamerto Menapace tiene un cuento muy conocido “Morir en la Pavada” que es una gran metáfora de la vida misma. Cuenta que un cóndor fue criado entre pavos sin saber de su origen. Vivía hurgando la tierra y haciendo cosas de pavos. Soñaba con volar, como lo hacían los cóndores que cada tanto veía. Pero sus compañeros de corral le decían que era un soñador sin remedio, que él era pavo y debía vivir como pavo. El pobre cóndor murió en la pavada sin saber que podía llegar más alto.
¿Cuántas veces vivimos así? Dios nos sueña en las altas cumbres, con nuestra vida desplegada como las alas del cóndor. No vivamos y no muramos en la pavada, cuando nuestro Ideal de Santidad es mucho más grande que hurgar lo terreno.
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