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Prejuzgar o no prejuzgar


Volviendo un poco a la carta anterior, podríamos hacernos una última pregunta: << ¿Qué hay de los prejuicios?>>. El prejuicio suele basarse en una experiencia previa: propia, ajena o popular, sobre determinada situación. Muchas veces está relacionado a la forma en que otra persona camina o se viste. A la música que oye o lo que esa persona mira o lee, etc. Sin embargo, no siempre una cosa condice con la otra. Y cuando condice, no siempre es tan voluntario como pareciera. La gente muchas veces se viste a la moda y consume el arte que está de moda, sin ponerse a pensar si eso está bueno o no, si construye o no su identidad. Tal vez el ideal sería que todos pudiéramos vestirnos según lo que creemos o cómo somos. O que eligiéramos música, programas o lecturas que hablaran de quienes somos en verdad.

Por otra parte, hay etiquetas que se nos impusieron y heridas que nos estigmatizaron. Es por eso que a veces se repiten conductas casi predecibles. Pero lo predecible puede llegar a pecar de prejuicioso. Tal vez haya modas que nos den un indicio de lo que esa persona pudiera llegar a ser, pero no pueden definirnos la idea de quién es y menos aún creer que no tiene oportunidad de cambiar.


Por ejemplo: en el colegio se suele decir que los del fondo son vagos y los de adelante estudiosos. Entonces el primer día de clase el profesor podría emitir un juicio sobre quién va a aprobar o no la materia. Tal vez un alumno se sienta atrás porque ve mejor, tal vez porque cuando llegó ya estaban todos los bancos ocupados. Pero si se lo estigmatiza de entrada, si se lo etiqueta y no se le da oportunidad de ser distinto, entonces casi seguro va a terminar reprobando.


Otro ejemplo: una chica que se viste como las actrices de la tele o cuyo modelo a imitar se viste igual, sin terminar de percatarse que eso es provocativo o que termina exponiendo su intimidad al público. O bien lo sabe, pero no conoce otro modo de sentirse querida. Si se la trata de prostituta puede terminar por serlo y si se la ayuda a ver que no hace falta mostrarse de esa forma para que la miren, entonces puede encontrar su identidad y hacerla crecer.


Lo mismo si se margina a un hombre hasta la pobreza, se le da ropa rota y se lo trata como a un vago. Si cada vez que pasamos junto a él lo miramos mal, esa mirada se va a volver etiqueta. Pero ¿quién lo marginó primero? ¿Quién le sacó la dignidad y lo puso entre la espada y la pared?


Muchas veces el chico inteligente se sienta atrás por vergüenza, la chica que parece provocadora solo quiere sentirse amada y el pobre solo quiere vivir como merece.


Los indicios nos tienen que llevar a mirar las heridas del otro para ayudar a sanarlas, no para señalarlo con el dedo y aumentar su dolor. Y en el medio de ayudarlo tal vez se rebele y nos lastime, tal vez actúe como sus etiquetas lo marcaron. Pero animarse a mirar con los ojos de la fe también es mirar con amor al otro y desetiquetarlo, sacarlo de ese lugar en el que lo pusieron y que no le hace bien.


El no prejuzgar al otro de buenas a primeras nos abre a la oportunidad de conocerlo. Eso no significa que si sus actos no son buenos tengamos que dejar que nos lastime. A algunos hermanos que obran mal podemos tratar de ayudarlos en la medida de nuestras posibilidades. Pero habrá algunos con los que se pueda construir más y otros con los que no tanto.


Por ejemplo, si una chica de buen corazón quiere ayudar a un hombre que está afectivamente desordenado, pero peligra su seguridad, no es de prejuiciosa alejarse o pedir ayuda profesional. Claro está, son cosas distintas.


En el mismo sentido, hay otras situaciones que nos hacen tomar decisiones rápidas casi como si fuera un instinto de supervivencia, sin darnos tiempo a discernir con claridad. Y muchas veces son pensamientos o actos que tienen que ver con el temor o la precaución.


Por ejemplo, si ando por una calle oscura, de noche tarde y veo a un hombre que me genera extrañeza, es de esperar que cruce. Pero si es de día, hay mucha gente e igualmente lo hago, estoy faltando a la caridad.


Porque si miramos al hermano como a una bestia lo iremos convirtiendo en bestia, en cambio, si lo miramos como hermano, iremos haciendo crecer en ambos el don de la fraternidad.


¿Probaste alguna vez sonreírle a aquel a quien mirarías mal? ¿O a aquel al que todos miran mal y se acostumbró a que lo desprecien? Hagamos la prueba y veamos como algo se enciende en su interior. Primero un signo de pregunta, después una sonrisa.


Para cerrar este ciclo de cartas que hablan de lo que es juzgar y de lo que es prejuzgar, podemos mencionar otra experiencia personal que muchos pudimos haber tenido: usar un hábito que sin darnos cuenta nos condiciona en el trato a los demás. A sí mismo, lo que usa otro a veces nos termina condicionando.


Ejemplos de esto pueden ser: cuando nos ponemos lentes negros por el sol, pero casi sin darnos cuenta actuamos más “cancheros” que de costumbre o bien nos escondemos en ellos para sentirnos más confiados a la hora de hablar.


Al revés, podemos experimentar a veces cierta timidez al hablar con gente que usa anteojos de sol, como si el otro fuera más que uno o en definitiva no llegamos a ver su mirada y eso nos quita un poco la seguridad del trato. Hay quienes hemos actuado en alguna obra de teatro con albas blancas y hemos sentido una enorme paz venida de Dios.


La vestimenta e incluso el disfraz, siempre han generado que uno actúe un poco en consecuencia a lo que viste. Desde niños sentimos seguridad al tener una espada de juguete en la mano y hay quienes de grandes sienten esa misma seguridad con un celular u otro objeto.


Entonces estamos invitados a no prejuzgar al otro. Y a la vez poder reconocer que cosas hacemos o usamos que nos hacen actuar como lo que no somos.


¿Por qué, si no buscamos ser cancheros nos vestiríamos como tal? ¿Por qué me vestiría de deportista si no me interesa o de campesino si prefiero el traje y la corbata? ¿Qué es lo que exteriorizo con mi ropa y con mis modos? ¿Qué nos hace ser más nosotros mismos y qué no?


Hoy podemos empezar un proceso de sanación interior, tanto de heridas propias como de la mirada hacia los demás, para así poder mirar con amor al prójimo. Para que aprendamos a juzgar el acto y a perdonar al que lo hizo, para que aprendamos a perdonarnos. Que Dios nos haga sabios para discernir cómo obrar, y para salir a amar como Dios, que nos amó primero.


Agradezcamos a Papá Dios que nos amó primero y nos soñó libres. Pidámosle que nos dé el don de discernir qué nos hace bien y qué nos hace mal. Pidámosle que sane nuestras heridas para ser libres de verdad. Pidámosle que nos restaure por completo.

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