Conocerse
- Alvaro Panzitta
- 3 abr 2023
- 6 Min. de lectura

Es en comunidad donde vamos conociendo a Dios y nos vamos conociendo a nosotros mismos. El camino de cada uno –me dijeron alguna vez–, es como el tronco de un árbol que se va tallando con los acontecimientos de la vida. Por eso es bueno preguntarnos qué cosas nos modelan, que cosas nos tallan, y si somos o no la mejor versión de nosotros mismos.
Está a la vista la cantidad de gente, sobre todo adolescente, que cree que está siendo original en lo que usa o en lo que dice, pero no hace más que repetir lo que ve en los medios. Es necesario preguntarnos cómo nos propone que seamos la sociedad, los medios[1], la música, la publicidad, entre otros. ¿Qué modelo estamos siguiendo? ¿Cómo nos dejamos influenciar? ¿Reflexionamos o consumimos las ideas que se nos venden sin pensar?
Al preguntarnos cómo somos, también podemos pensar cómo queremos ser.
Es bueno “parar la pelota” y pensar. ¿Cómo vivimos? ¿Vamos rebotando de emoción en emoción, motivados por un ritmo de vida superficial? ¿O podemos profundizar? Cuándo estamos solos, sin nadie que nos mire, ¿pensamos lo mismo que el resto o nos animamos a tener reflexiones personales, que no siempre coinciden con las de los demás?
El mundo nos propone permanecer en una eterna adrenalina, “a todo ritmo”, sin poder ver más allá de lo que se consume a través de las pantallas de nuestros celulares, computadoras o televisores. Y cuando nos invita a reflexionar, lo hace desde sus parámetros, con frases armadas y eslóganes que tendemos a decir una y otra vez. Pero nosotros ¿cómo somos? Vos, yo, cada uno de nosotros. ¿Qué pensamos? ¿Nos animamos a pensar distinto a la masa? ¿Vivimos una identidad auténtica o una caricatura de nosotros mismos? Las caricaturas, son una exageración de nuestros rasgos, una parodia. Uno se sienta a que lo dibujen. Lo mismo sucede con las apps que nos vuelven más flacos, gordos o diferentes a lo que somos en verdad[2]. No son una foto auténtica de nosotros.
El problema es cuando hacemos una caricatura de nuestra identidad más honda. Cuando perdemos autenticidad interior.
Hay una primera tanda de caricaturas de nuestra identidad que nos mantiene encerrados en nosotros mismos, como si viviéramos dentro de un caparazón, donde nos parece que tenemos todo lo necesario. Cuando salimos nos da miedo, nos volvemos poco sociables, solitarios. Nos cuesta relacionarnos o mostrarnos, y quedamos aislados. Pero a la vez generamos autosuficiencia. Nos censuramos a nosotros mismos y censuramos a los demás. A veces nos aliamos con nuestra pareja o con un grupo reducido de amigos y nos comportamos de la misma manera. Podemos parecer tranquilos o buenos, pero hay temas que nos hacen explotar y mandamos a todos a “freír churros”. En ciertos casos se usan “salidas de emergencia”: cigarrillo, porro u otras drogas; alcohol en exceso; nos volvemos agresivos, etc. O nos ponemos en víctima y hacemos melodramas para no asumir nuestras acciones y sus consecuencias –luego de lo cual nos volvemos a encerrar. Acá entran también los que creen que todos los maltratan y que todo les pasa a ellos.
Hay una segunda tanda de caricaturas de nuestra identidad, que nos hacen “brillar” con falsas luces. Nos creemos mejores que los demás, somos los capos. Tomamos siempre las decisiones y tenemos seguidores. Generamos tendencia de manera superficial. Vivimos a la moda y descartamos lo anterior apenas sale algo nuevo. Nos convertimos en líderes negativos de nuestro grupo. No generamos diálogo. Todos nos obedecen. Estamos pendiente de nuestra imagen y los demás no nos cuestionan. Somos autosuficientes. Nos gusta decirles a los otros qué hacer y que las cosas se sujeten a lo que decimos, porque “tenemos la verdad”. En las redes competimos por la cantidad de “me gusta” o “compartir” que nos den. Pero en el fondo tenemos un vacío que quizás no vemos, porque nada de eso nos llena de verdad. Es un maquillaje de nuestra propia identidad, en el que vivimos de apariencias, pensando en los otros en función propia.
La contraparte es cuando somos uno más del montón, de la masa, y seguimos a líderes “brillantes”. Por momentos algo no nos convence y despertamos de nuestro letargo, pero callamos para no generar conflicto. Si tenemos suerte nos convertimos en los segundones del líder, siempre apegados a él, sin generar protagonismo propio. Si somos meros seguidores, nos volvemos lights, estamos bien con todos, pero terminamos licuados por dentro; nos da todo lo mismo y pensamos que si al otro le gusta hacer lo que hace o le da (falsa) felicidad[3], está bien que lo haga –más allá de las consecuencias. Otra posibilidad es que nos peguemos a una persona o un grupo, porque nos sentimos inseguros; dependemos de la opinión ajena y hacemos lo que hace el montón, aunque no nos guste.
Tanto los que “brillan” como sus seguidores suelen vivir a todo ritmo para no detenerse a pensar. Trabajan, estudian, tienen relaciones pasajeras, van al gimnasio, salen todos los días y cuando tienen tiempo libre duermen en exceso; se llenan de cosas para no ver el vacío interior.
Una tercera tanda de caricaturas se basa en ser dictatoriales. Cuando hacemos lo que queremos, como queremos y donde queremos, sin importarnos nada ni nadie. Los demás se tienen que adaptar a nosotros, que creemos tener siempre la verdad[4]. A diferencia de cuando buscamos brillar con la luz del mundo, no nos interesa ser atractivos en los modos ni en las formas. Muchas veces, cuando actuamos así, creemos combatir en favor de la libertad de expresión, pero no dejamos que los otros expresen ideas contrarias a las nuestras. Luchamos por derechos, pero no queremos tener obligaciones. Nos sentimos minorías e intentamos conquistar espacios desde los cuales imponernos (escuelas, medios, religiones). Solemos hablar en favor de la verdad, pero fabricamos nuestra propia verdad. Nos creamos enemigos a los cuales combatimos con furor para demostrar que nuestra manera es la mejor. Al ser una caricatura dictatorial, suele pendular en ambos puntos: creernos mejores que los demás o ser despreciados, usados como chivos expiatorios.
Una cuarta tanda de caricaturas de la identidad, se da en el plano de lo virtual. Cuando vivimos para el celular, la computadora u otros objetos semejantes. Dejamos de vincularnos cara a cara, los vínculos se vuelven impersonales. Pasamos a querernos con el otro según me tenga o no en su red social. Valemos o valoramos a los demás por los “me gusta”, por las veces que nos comparten o etiquetan. Y lo que es peor, hacemos de nuestro cuerpo una mercancía, buscando que nos digan cuan lindos somos según como posamos o qué vestimos –o que desnudamos. Perdemos el sentido profundo de la amistad, la charla, la mirada. Un emoji nunca va a poder transmitir todo lo que podemos decirnos cara a cara. Interpretamos libremente lo que el otro escribe sin llegar a comprender del todo el significado. Y pasamos horas frente a las pantallas dejando de lado, muchas veces, nuestros espacios de silencio y reflexión; tanto como los momentos de compartir con la familia o los seres queridos en general.
Identificar algunas de estas caricaturas que se nos hayan pegado a la identidad, puede ayudarnos a cambiar. Podemos orar para que Dios nos vaya transformando el corazón, y tomar decisiones coherentes a lo que queremos cambiar. Por ej.: la próxima vez que esté por aislarme del mundo, mandarle un mensaje a alguien para que me ayude a permanecer.
A la vez que vamos puliendo esos rasgos caricaturescos de nosotros mismos, podemos identificar cualidades que nos son propias, y descubrir que son un verdadero regalo de Dios. Por ej.: ser sencillos; responsables; jugados por lo bueno sin temor; comprometidos con nuestra vida y la de los demás; serviciales; fraternos; humildes; libres de prejuicios; saber pedir ayuda y brindarla; ser sociable; poner nuestras capacidades al servicio del otro; ser valientes; buscadores de la verdad; no detenernos frente a los obstáculos; volver a levantarnos cuando caemos; ser transparente; ser sostén para los demás; responder a los compromisos asumidos; etc.
Crecer en nuestras virtudes y pulir nuestros defectos, hace que nuestra vida se desarrolle y se despliegue en todas sus áreas.
Hoy podemos preguntarnos qué cosas nos modelan el corazón, con qué caricaturas nos identificamos y pedirle a Dios poder cambiar. También podemos reconocer lo bueno que tenemos y agradecerle a Dios por ellos, pidiéndole ayuda para seguir desarrollándolo. Tengamos la certeza de que todos tenemos algo bueno en nosotros, porque somos hijos de Dios.
[1] Internet, televisión, radio, cine, revistas, etc. [2] Muchas veces son apps que buscan sensibilizarnos con algún tema en particular. A veces de manera ordenada y a veces desordenada. Las que nos agregan stickers animales, las que nos muestran más viejos, etc. [3] Frases típicas: “Si a vos te gusta…”; “si a vos te hace bien/feliz”. [4] Por ej.: no respetamos las normas de convivencia, destruimos el espacio público, nos desnudamos en la calle, etc.
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