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Prudencia




En el libro anterior, “el cruce del Mar Rojo”, Dios nos sacó de nuestros Grandes Egiptos o al menos comenzamos un proceso de sanación y liberación verdadera. Cruzamos el desierto de nuestros temores, acompañados de hermanos. Aprendimos un poco más sobre la convivencia, con el que piensa parecido y con el que piensa distinto. Y descubrimos que nuestra vida es digna de ser amada y se eleva como una montaña hacia Dios. Pero es el mismo Señor quien corona nuestra dignidad, para que no nos desbarranquemos en soberbias.


El tiempo pasó, y puede que nuestro corazón sienta ansias de algo más. Tal vez nos acechan nuevas propuestas de esclavitud y estamos a la espera de una respuesta. Al pueblo judío también le pasaba algo parecido: anhelaba al Mesías, al Ungido de Dios que viniera a rescatarlos de toda opresión. Por eso no basta con “cruzar el mar” si no tenemos un encuentro profundo con Aquel que le da sentido a nuestra existencia.

Vamos paso a paso.


Una de las primeras cosas que podemos tener en cuenta en esta nueva etapa del camino es la prudencia. Cuando descubrimos que nuestra vida es un tesoro, puede que nos dé ganas de agradecerle a Dios y gritarlo a los cuatro vientos. Pero al abrirnos sin medida a los demás, a cualquiera, podemos perder esa “magia” de la alegría interior. Porque las certezas que nos da el Señor no siempre son reconocidas por el resto, mucho menos por los que no lo conocen. Es como querer reutilizar una cinta de pegar: la primera vez pega bien, la segunda no tanto, y la tercera ya está gastada. Es entendible el anhelo de compartir la vida con otros y sobre todo nuestras experiencias de Dios, pero es prudente buscar un espacio comunitario donde poder vivenciar con terceros la misma fe. Así la llama de nuestro testimonio no se apaga y nos vamos nutriendo mutuamente.


Vamos a encontrar el espacio adecuado cuando encontremos al Mesías[1], que es Jesús, pero animémonos a conocerlo de nuevo, a hacer un proceso de encuentro con él.

Hay un espacio en nuestro corazón donde es bueno que sólo entre Dios. Hay otro espacio que es para aquella persona con la que compartimos la vida. Recién después empieza a ampliarse el círculo de amistades. Esta diferencia de apertura, es para que nuestra intimidad no se diluya.


En el matrimonio, somos uno en Dios con nuestra esposa, esa intimidad es la que nos hace tener “un solo corazón”[2].


Cuando tenemos intimidad con Dios, pero no tenemos una compañera de camino[3], o no tenemos una comunidad de referencia, puede que busquemos una persona o grupo especial, donde depositar nuestra confianza. Aparecen figuras como el “mejor amigo” o el grupo íntimo, que humanamente pueden tener una voluntad de fierro, pero son primicia de algo más profundo.


Dios nos invita a descubrirlo en comunidad. Y decirle que sí a Sus propuestas, es la llave que abre todas las puertas importantes de nuestra vida.


Una de las primeras cosas que aprendí en la parroquia Resurrección del Señor[4], fue a “descalzarme” para entrar el corazón del otro[5]. Nos anunciaban Éx. 3, 1-6 donde Dios le dice a Moisés que se descalce para acercarse, porque la tierra que pisaba era santa. Así sucede también con los demás. El corazón del prójimo es tierra santa y debemos ir con cuidado para no atropellarlo y lastimarlo.


También nosotros somos Tierra Santa para los demás, y por eso es mejor ser prudentes a la hora de abrirnos. No significa andar encerrados en nosotros mismos, ni excluirnos; sino encontrar un espacio en el que todos nos sintamos sagrados para el otro y podamos compartir con libertad lo que Dios va obrando en nuestro interior.


Lo mismo sucede cuando encontramos a Dios y anhelamos que otros lo conozcan. A veces nos entusiasmamos tanto que terminamos atropellando al que no cree, en vez de mostrarle de a poco lo que descubrimos.


La propuesta es ir con tacto, descalzarse, pensando que Dios no violenta ni se aparece de golpe sobresaltando al otro. Dios nos espera con infinita paciencia. Tal vez podamos pedirle a los demás que nos acompañen un día a rezar a la parroquia, aunque ellos se queden callados. Es cuestión de ir encendiendo fuegos de a poco, mostrando cómo vivimos para que otros se interesen.


Hay una anécdota de un sacerdote que había empezado a ir a jugar al fútbol con otros, sin que se diera la oportunidad de hablar de su vocación. Cuando surgió la charla, los demás ya estaban en confianza y se encontraron con un sacerdote ameno, humano, futbolista y buen amigo. Eso enciende corazones.


Se nos hace necesario pedir a Dios el don de aconsejar, Su Sabiduría, y el don de comprender y aceptar la libertad del otro, aunque lo veamos ir por caminos que le hacen mal. La Gracia de esperarlo y saber cómo ser herramienta para que se le encienda el corazón. Lo que más adelante veremos cómo “don pastoral”.


¿Y cuál es la mejor manera de conocer a Jesús, de reavivar esa llama que se nos encendió al cruzar el Mar Rojo y llegar a la Montaña? ¿Cuál es el mejor modo de encontrar un espacio donde los amigos se vuelvan hermanos y nos cuidemos como Tierra Santa? De seguro hay muchos modos, pero el primero que aprendí y les comparto es la Lectio Divina o Encuentro en la Palabra.


Mi abuelo Rúben me decía que abriera el Evangelio cada día en cualquier lugar para que Dios me hablara. En esto había dos grandes verdades, una más escondida que la otra. La primera es que la Palabra de Dios nos habla a nuestra vida cotidiana. La Biblia no es un libro de historia. Aunque ya profundizaremos en el asunto. Pero siempre que leamos el Antiguo o el Nuevo Testamento, Dios nos va a estar hablando. La segunda verdad también se irá revelando en este libro.


Decíamos que uno puede querer mantener vivo ese Fuego y juntarse en con otros. Mi sugerencia son grupos de no más de diez personas. Se puede leer una cita de la Biblia y meditarla entre todos –rumiarla[6].


¿Cómo se medita? En un primer momento nos imaginamos lo que sucede en el texto y cada uno comparte lo que se le vino a la mente. No hace falta que coincidan las cosas. Es cuestión de ir imaginando que sentimientos tenían los personajes (por ej. Pedro debía de estar amargado). O podemos imaginar olores, colores, si era de día o de noche. Esto no es un debate. Es lo que cada cual puede aportar desde su mirada.


En un segundo momento se comparte lo que la Palabra le dice a cada uno, por ej.: “yo me siento como Pedro, porque niego lo que Dios me va proponiendo en tal situación”. Tampoco se debate u opina, sólo se escucha lo que comparte el otro y se guarda en la intimidad: estamos en Tierra Santa.


En un tercer momento se da una respuesta a Dios. Se reza espontáneamente, se agradece, se pide y se alaba al Señor. Estos espacios de intimidad hacen a la comunidad, al respeto mútuo y al crecimiento de todos, buscando la voluntad de Dios para cada uno.


En la búsqueda de que otros conozcan a Dios, nosotros podemos ser como Marta y María, que corren la piedra para que Jesús resucite a Lázaro[7]. Somos herramientas Suyas para la resurrección del corazón del otro.


Hoy podemos preguntarnos si la llama de nuestra fe está encendida o si quedó en un lindo recuerdo. ¿Cómo podemos hacer concretamente para volver a encenderla? ¿Conocemos espacios donde ir para que esto suceda? Pidamos ayuda, si la necesitamos.


Además ¿contamos con una comunidad que nos sostenga y a la que podamos sostener también? ¿Sabemos que el corazón del hermano es sagrado?


Y por último ¿buscamos que otros conozcan a Dios? ¿de qué modo? Pensemos en alguien que no lo conoce o se alejó y de qué manera podemos volver a acercarlo.

[1] Cristo es sinónimo de Mesías, es decir, Ungido. El pueblo judío esperaba al Ungido de Dios. Así como los reyes eran ungidos al ser coronados, anhelaban que Dios ungiera a un descendiente del rey David para que los hiciera libres. En tiempos de Jesús, esperaban ser liberados de los romanos. Jesús es Dios hecho Hombre, el Mesías, pero nos liberó de una manera distinta a la que los judíos esperaban, por lo que no fue reconocido por ellos. [2] Y nuestros amigos tendrán que aceptar que algunas cosas que nos compartan, también las sabrán nuestra pareja. [3] En adelante, voy a hablar de “esposa” por ser varón y estar casado. Obviamente cada lectora puede leer “esposo o compañero”. Se hace muy difícil de leer si pongo “esposo o esposa” cada vez. [4] En adelante “Resu”. [5] Jornadas a cargo de Lionel Sammartino, Graciela Ruggiero y Mons. José María Baliña (por aquel entonces párroco de Resu). Año 2005. [6] Rumiar es lo que hacen algunos animales con los alimentos, lo van masticando, procesando, digiriendo. Rumiar la Palabra es lo mismo, leerla, ver qué nos llega, procesarla, que nos nutra. [7] Jn. 11, 1-44

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