Mi hermano Juan

Se suponía que mamá no podía volver a quedar embarazada por una mala praxis, pero nueve años después, y antes que supieran la buena nueva, Dios me mostró que tenía un hermanito. Por eso corría a la panza y decía "acá esta Juan Pedro". Cuando pudieron confirmarlo, pensaron que tal vez fuera una nena a la que llamarían Milagros, por la obra de Dios en su vida. Pero el día del nacimiento corroboraron que era varón y lo llamaron como mis apóstoles favoritos. Mientras tanto, me preparaba para recibir a Jesús Eucaristía, por primera vez.

Juan nació prematuro y vivió poco tiempo en este mundo. Nunca supimos por qué murió y, de hecho, le estaban por dar de alta. La noche de su pascua me desperté de madrugada sobresaltado, llorando y pensando en él. No recuerdo si recé o pensé que era una pesadilla, pero me volví a dormir. No pasó mucho tiempo hasta que mamá, que estaba internada con él, nos llamó anunciando la posible partida. Papá fue al hospital y con mi abuelo Rúben nos quedamos rezando el Rosario. Me costaba no dormirme y me acordaba de Jesús en el Calvario "¿no pueden permanecer un rato despiertos?". No era la primera vez que me sentía configurado con Jesús, mi Hermano Mayor. Muchas veces Su Palabra me había interpelado hablándome a mi propia historia.

Cuando era más chico e íbamos al club Comunicaciones, solía "perderme", aunque en realidad conocía todos los caminos. Iba a los quinchos, donde los hermanos de la comunidad judía festejaban sus cumpleaños y me convidaban. Luego regresaba con mis papás, me preguntaban donde me había metido. Yo sonreía porque recordaba a Jesús perdido y hallado en el Templo.

El año del nacimiento y pascua de mi hermano[1], había formado en la escuela un grupo de detectives, en el cual jugábamos a resolver casos. Hasta que apareció otro equipo y la mayoría me abandonó para irse con él. Sólo Alejandro Tevini y algunas mujeres se quedaron al lado mío. Me angustié, pero me sentí en comunión con Jesús y como él, me salió decirles "¿ustedes también van a abandonarme?". En ese momento Ale fue como San Juan para la pequeña cruz que estaba viviendo.

Volviendo a la noche de la partida de Juan, me sentí mal por no poder permanecer despierto. A la mañana siguiente mamá estaba de vuelta en casa con la noticia de la pascua. Lo primero que hice fue llorar, pero pronto tuve la certeza que mi hermano estaba con Dios. Me inundó por primera vez el Gozo de la Resurrección, una paz tan grande y profunda, que nada en el mundo me podía quitar la alegría de la Victoria de Jesús sobre la muerte. Mi hermano había resucitado. Al ver a mi mamá angustiada, una nueva paz vino a mi corazón, sentí que Dios me animaba a ser como San Juan, acompañándola a ella. Esa fue la primera de muchas veces que mi corazón se configuró al del Discípulo Amado.

Mis parientes venían a consolarnos y se armó un grupo de oración en casa, del cual participábamos todos: católicos, evangélicos y presuntos ateos. Si alguno lloraba enseguida me salía anunciarles que Juan Pedro estaba con Dios, que no se angustiaran. Creo que muchos no me entendieron y llegó un momento en el que me dio culpa estar tan gozoso, por lo que intenté esconder esa alegría espiritual, aunque no sé si pude lograrlo.

Así empezó un apostolado que sigue hasta hoy, en el cual Dios me cruza hermanos necesitados de consuelo. El gozo de la Resurrección nunca me abandonó en los momentos de pascua. Y la imagen del Discípulo Amado se me hizo camino de vida.

Hoy te invito a que te dejes consolar por Dios. Le pido que Su Gracia llegue a tu corazón y te envuelva con el Gozo de la Resurrección. Pedíle que te ayude a ver la gloria de aquellos seres queridos que partieron. Que, si aún no están junto a él, puedas orar por su salida del purgatorio, puedas ofrecer misas por su salvación. No tengas miedo. La muerte no tiene la última palabra. Morir no significa dejar de existir, es sólo un paso a la eternidad. Ánimo y que puedas encontrar ese consuelo, pedíselo una y otra vez a Dios, que se entregó en la cruz para que tengamos vida eterna.

[1] 1997