Ser libres en Dios
- Alvaro Panzitta
- 9 ene 2021
- 4 Min. de lectura

Dios te soñó libre.
Hoy pensaba en los regalos que Dios nos hace a todos los hombres. Pensaba que el primero es la vida, por el cual se nos puede dar el resto. El segundo la libertad, y el tercero la responsabilidad para cuidar de los anteriores y de los venideros. Pensando en estas cosas, y sobre todo en que Dios nos soñó libres, recordaba la época en la que el pueblo judío era esclavo de los egipcios. La mayoría conocerá como Dios llamó a Moisés para que fuera el liberador de Su Pueblo, guiando a éste a través del Mar Rojo y del desierto, hasta alcanzar la Tierra Prometida. Alguna vez aprendí que todos los hombres vivimos un “Egipto” en nuestras vidas. Alguna situación, vínculo, vicio, desorden, etc. que nos vuelve esclavos en vez de “hijos libres de Dios”. Y a veces las esclavitudes se disfrazan de libertades, por lo que conviene tener el corazón atento a qué cosas nos hacen verdaderamente libres.
Estoy convencido que para ser felices no sólo nos conviene elegir el camino de la sencillez, sino el de la libertad. Y para eso tenemos que empezar por identificar qué cosas nos esclavizan, de qué no podemos liberarnos. En la primera carta decíamos que es bueno vivir en la sencillez, siendo “paisanos del Pueblo de Dios”. Amando la familia, el barrio, la comunidad. Estos son espacios donde nuestra fe puede crecer. Y cuando hablo de fe, hablo de la vida misma. Pero son sitios que tienen que ser mirados con amor y misericordia, porque no siempre son color de rosa. Sin embargo, descubrir que “no todo es color de rosa” no nos tiene que resignar, haciéndonos creer que estuvimos viviendo una ilusión; sino animarnos a pelear para que todo tenga un color esperanzador. Porque es posible vivir de una manera distinta a la que estamos acostumbrados, una manera más pacífica, amable, y bondadosa. Volviendo a los espacios de los que antes hablábamos, podría suceder que, si no hubiera una vinculación sana con el otro, éstos, que debieran de ser Sagrados, se volvieran “Egipto”. Es decir, nos volvieran sus esclavos. Es cuando comienza la lucha por una vinculación sana y por una liberación, que no siempre representa desvincularse del otro, sino poder perdonarse, amarse y re-vincularse desde Dios. Algunos de estos casos pueden ser, por ejemplo: cuando un hombre no puede dejar su barrio porque es el de sus antepasados, pero su promesa de futuro está más allá de los límites del mismo. O bien cuando alguien no logra desapegarse de su familia, de su casa paterna, para hacer su propia “estirpe”. Hay quienes siguen viéndose a menudo con los compañeros de la primaria, aun cuando el paso del tiempo hizo que no se compartieran más gustos ni preferencias. Están también los que participan de grupos de amigos que están en el alcohol o en la droga, y aún sin consumir, tampoco pueden ayudarlos a salir. Las esclavitudes se pueden dar en cualquier forma, pero muchas veces son esclavitudes emocionales. Dentro de nuestra amada Iglesia también pueden darse este tipo de situaciones. Por ejemplo, cuando Dios nos llama a misionar, a evangelizar, pero seguimos atados a una parroquia que se quedó vacía o cuyo párroco no tiene ánimos para realizar cosas nuevas, ni sale a buscar afuera a los que necesitan conocer a Dios. Moisés nació y fue criado en Egipto, pero en un momento tuvo que elegir y se animó a seguir a Dios y sus propuestas. Dios lo llamó desde la zarza ardiente, desde un lugar Sagrado.
Dios también te llama por tu nombre desde un lugar Sagrado, que es la Madre Iglesia.
Todos tuvimos nuestros “grandes egiptos” y a veces nos vuelven a esclavizar egiptos menores. Quizás logramos sanar las heridas con nuestras familias de origen. Elegimos un buen grupo de amigos, que cree en las mismas cosas que nosotros -en mayor o en menor medida. Nos casamos o nos ordenamos. Pero aparecen nuevas dificultades.
Sin embargo, no nos tenemos que desalentar. Dios nos acompaña siempre y nos promete tener “vida en abundancia”, no sólo en la Eternidad, sino acá también. Y la vida en abundancia se da en la medida que nos animamos a seguir a Dios. A decirle que sí, y a tomar decisiones de libertad. A veces se habla de la “verdadera libertad” y de la “falsa libertad”. Pero la libertad, en esencia, es siempre verdadera y viene de Dios. Mientras que lo que conocemos como “falsa libertad” es lo que antes conocíamos como libertinaje y nos lleva a la esclavitud del desamor. Salir de aquello que nos esclaviza suele darnos miedo. Miedo a lo des-conocido, a qué dirán los demás si logramos liberarnos. O tal vez a pensar que no servimos para ser libres. Pero Dios nos soñó y nos creó libres. Como decíamos, la libertad es el segundo gran don que Dios nos dio después de la vida. Moisés también tuvo miedo de no poder liberar a su pueblo, porque se sentía muy poca cosa como para ser elegido por Dios. No sé si sabían, pero era tartamudo, y por eso Dios le mandó en su ayuda a Aarón. Pero en ningún momento Dios lo reemplazó por su dificultad, ni lo abandonó, ni se arrepintió de haberlo llamado. Dios nos conoce, nos soñó libres, y nos llama a salir de nuestros egiptos para poder ser felices. Es hora que descubramos, que no es cierto aquel refrán que asegura “mejor malo conocido que bueno por conocer”. Jamás algo bueno va a ser peor que algo malo. Dios nos tiene prometido a todos, un lugar donde ser plenamente felices. Dios nos promete la libertad y la felicidad. Y el camino de la libertad comienza con un sí a Dios.
¿Te animás?
Hoy podemos preguntarle a Papá Dios cuáles son nuestros egiptos.
Animémonos a decirle que sí como Moisés, para que Él nos vaya mostrando paso a paso cuál es el camino de la libertad, por ejemplo, dejar de frecuentar espacios de esclavitud.
Nuestro sí abre la puerta al obrar de Dios. Animémonos a hacer una oración personal o comunitaria, dando gracias a Dios por la libertad y pidiéndole que nos ayude a salir de lo que todavía somos esclavos. Este camino de sencillez y libertad, de decirle que sí a Dios, puede ser el comienzo de esta hermosa travesía a la Santidad –a la cual todos somos llamados por Dios.
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