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Siempre mejor


El abuelo Rúben también era muy "bichero", le gustaba cuidar de los gatos asilvestrados y usar las plantas que tenían propiedades curativas. Lo recuerdo con mucho cariño por lo que me enseñó y por lo que me sigue enseñando, al descubrir cosas suyas. Algo que me gustaba mucho era su camioneta azul, la "cachila", en la cual íbamos hasta Marindia. Muchas veces nos quedábamos a mitad de camino y había que salir a buscar nafta o pedir ayuda.

Cruzando campos Dios me fue mostrando un anhelo que se me hizo hondo y me dio mucha paz: construir un hogar en las afueras, para refugiar a los más necesitados. El amor al campo se fue nutriendo en Dios a través de aquellas vacaciones familiares. Y si bien no sé cuándo podré hacer el hogar, sé que Dios me llama a ser refugio para los demás.

Al volver a Buenos Aires, una de las actividades parroquiales que hacíamos en familia era ir al grupo Scout en San Alfonso. Mis papás no habían participado de ese movimiento siendo jóvenes, pero por su edad eran dirigentes. Mientras que yo había entrado a los Lobatos, la rama más pequeña de todas. Fue otro lugar donde creció mi amor por la naturaleza y mi devoción a San Francisco de Asís, con quien me sentía en profunda comunión. Dios me había regalado el don de escribir al igual que a mi abuelo Rúben, pero también me encantaba leer. Participar de la Manada hizo que conociera "El libro de las Tierras Vírgenes" y me lo devorara a pesar de mi corta edad. No dejaba de jugar con los personajes de la historia y sus adaptaciones al cine. Los representaba con mis juguetes y extendía la historia a generaciones posteriores a ellos, donde todos habían formado familias. Esto sorprendió a mis amigos cuando se los conté de grande, decían que no era tan común que un niño narrara historias tan complejas y familiares.

Todas mis historias con juguetes tenían este condimento. Un poco era lo que mamaba en casa. Vivíamos en familia. Mis abuelos paternos estaban en planta baja y mis tíos abuelos en el fondo. Pero también lo tomé como parte del llamado de Dios al matrimonio y a la literatura. Con mamá y papá solíamos jugar como Scouts en la Agronomía, en Marindia o en el Parque de la UTE. Siempre había algún árbol donde construir puentes, casas o hamacas, o ramaje suficiente para hacer una cueva. Más allá del juego, en los Lobatos aprendí a servir a los demás, a adherir a los valores y ser parte de un pueblo, en contraposición a una vida desordenada. Nuestro lema era ser "siempre mejor" y la promesa estaba arraigada a los mismos ideales del Evangelio –en mayor o menor medida.

A los tres años me habían operado del corazón y durante algún tiempo anduvimos con temores al respecto. Sin embargo, la actividad física motivada en los Lobatos y desarrollada en diversos lugares, hizo que Dios me animara a vivir sin temor. Al cerrarse los Scouts de San Alfonso, ninguno de los tres volvió a participar de ese movimiento. Pero yo anhelaba pasar al menos por aquella “noche de raid" en la cual el Raider da un paso de madurez en su historia personal. Ese anhelo había sido puesto por Dios y perduró hasta la noche en la que encontré mi cayado.

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