Corazón de pesebre
- 3 feb 2020
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Recuerdo que cuando era chico, cada domingo íbamos a San Alfonso, la parroquia del barrio. Mamá cantaba y tocaba la guitarra en el coro. Las canciones que más me gustaban eran "Hay un río de vida" y "Prueben que bueno es el Señor". Temas que me acercaban a Dios, me daban paz y tuvieron que ver con la espiritualidad que seguí desarrollando años después. También me sentía llamado a anunciar a Dios cuando cantábamos “El profeta”. Yo tampoco podía callar el Fuego que ardía en mi interior.
Hacia fin de año, cuando faltaba poco para Navidad, me llenaba el corazón armar pesebres. Me acercaba mucho a Jesús y era parte de la espiritualidad franciscana que Dios me había regalado. Mis papás ponían villancicos cada 8 de diciembre, mientras armábamos el Belén. Teníamos uno comprado, y otros dos que nos habían regalado –uno en jabón. Pero a mí lo que más me gustaba era crear nuevos. Mamá había hecho uno de lana y habíamos armado otro en cartón. A veces poníamos uno bajo el árbol y otros dispersos por la casa. Y al principal lo rodeaba con los juguetes de granja que tenía.
Mamá ponía mucho entusiasmo cada Navidad para que la celebración no fuera un acontecimiento más, sino el festejo del nacimiento de Jesús. Armaba dinámicas para la cena de Nochebuena y repartía recuerdos hechos por ella –o por los tres. Siempre proponía rezar con el resto de la familia para bendecir a Dios por los alimentos e incluso escuchar villancicos esa noche. Solíamos cenar con mis abuelos –que vivían abajo–, y mis tíos abuelos –que vivían al fondo. A veces se sumaban los tíos de Ituzaingó o de San Justo. A las cero horas del 25 subíamos a casa para poner al Niño en el pesebre y llamar a mis parientes de Uruguay. Hacíamos alguna oración entre nosotros, sobre todo después del nacimiento y pascua de mi hermano Juan.
Recién entonces se abrían los regalos, cuando sobresalía el entusiasmo de mi abuela Ana, que nos llenaba de presentes. Cuando supe que Papá Noel no existía me molestó que nos hicieran creer a los más pequeños en algo que no era cierto, y desde ese momento me propuse decirles a mis futuros hijos la verdad desde el principio, y poner a Jesús como centro de la Navidad.
Pero ¿qué significa poner Jesús como centro? Por un lado, celebrar Su Venida al mundo, agradecidos de que Dios se haya hecho Hombre para salvarnos. Por el otro, saber que Él quiere volver a nacer en nuestros corazones, para seguir sanando nuestras heridas, para salvarnos de todo lo que nos hace mal.
Nos dice la Palabra, que la Sagrada Familia –Jesús, María y José–, viajó hasta la tierra de David para participar de un censo obligatorio. Toda la población tenía que movilizarse hasta su ciudad de origen, una verdadera locura. Pero a veces nos puede pasar algo similar, y que las fiestas de fin de año se vuelvan una maratón de compras y visitas a parientes. En ese trajín podemos perder el centro de la Natividad y la paz que trae Jesús. ¡Cuántas veces se discute en la mesa de Nochebuena! ¡Cuántas veces alguno se pasa de copas! O los regalos se vuelven la euforia de esta Noche Santa. Así se va diluyendo el día más importante del año: el del Nacimiento de nuestro Salvador.
Quizás todavía no conozcas tanto a Jesús, pero te animo a seguir leyendo para encontrarte con esta Verdad “en la ciudad de David, nos ha nacido el Salvador”[1].
Cuando la Sagrada Familia llegó a Belén, no encontró lugar en ningún albergue. María estaba por dar a luz y le ofrecieron un pesebre, donde guardaban a los animales. Un lugar humilde, que seguramente estaba algo sucio y frío. Podemos imaginar a José arreglando un poco el sitio, quitando las heces del burro y del buey. Acomodando un colchón de paja. Rezando para que el Rey del Universo pudiera nacer en buena forma.
Antes de la Navidad, tenemos un tiempo de preparación que llamamos Adviento. Es la época para preparar nuestro corazón y que sea Pesebre para que nazca el Niño Dios. Como José, estamos invitados a limpiarlo de aquellas cosas que nos hacen mal a nosotros y a los demás. Podemos vivir la Navidad de los que estaban en el albergue, calientes y sin enterarse qué sucedía en el Pesebre. O podemos hacer de nuestro corazón, un lugar sencillo, humilde y limpio para que nazca el Salvador.
Animate a orar con estas preguntas ¿Cómo viviste tu última Navidad? ¿Te animás a vivirla más cerca de Jesús todavía? ¿Cómo podés preparar tu corazón para que Jesús nazca?
[1] Cfr. Lc. 2, 11.
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