Conocerlo
- Alvaro Panzitta
- 3 abr 2023
- 7 Min. de lectura

Hablamos de cuánto nos ama Dios, por eso es bueno conocerlo en mayor profundidad, para no hacernos una idea equivocada de Él.
Así como nos hacemos falsas imágenes de otros o de nosotros, también nos hacemos falsas imágenes Suyas y de la Iglesia. Por eso se hace necesario descubrir que rasgos populares no le pertenecen, para no confundirnos. Otras características irreales puede que las pongamos nosotros en base a la relación con nuestros padres o a lo que vemos en los medios de comunicación. Puede que seamos muy practicantes, pero a veces se nos filtra alguna de
Algunos hablan de Dios o viven su fe, como si fuera algo mágico. Esta idea errónea, hace del vínculo con Él un intento de usufructo de su Divinidad. Lo mismo aquellos que usan la cruz, el rosario o las imágenes religiosas, como si fueran amuletos. Pero Dios no es mágico, no es un poder para que usemos los hombres como si fuera la varita de los cuentos de hadas, ni la oración es un encantamiento. Dios no es un objeto. No es inerte, ni tampoco es una energía. Como dice San Pablo “en él vivimos, nos movemos y existimos, (…). «Nosotros somos también de su raza». Y si nosotros somos de la raza de Dios, no debemos creer que la divinidad es semejante al oro, la plata o la piedra, trabajados por el arte y el genio del hombre”.
Por otra parte, los objetos que usamos para acercarnos a Dios –la cruz, el rosario, etc.– son sacramentales[1]; favorecen el encuentro con Dios, pero no son Él, ni lo sustituyen. Y al no ser un Dios mágico, tampoco concuerda con prácticas semejantes[2]. Por eso no es propio del cristiano leer horóscopos[3], ni llevar amuletos[4] –porque no creemos en la “buena suerte”, sino en el obrar de Dios en nuestras vidas–. Hay personas que son confundidas y aseguran que algunos de estos objetos “mágicos” se los vendieron en santerías, por lo que conviene ir a las que están en las parroquias y no a las que hacen sincretismo religioso. Pero, ante todo, es necesario conocer nuestra fe y ponerla en práctica. Porque “la fe es como un vaso de buen vino, hay que tomarlo puro, aunque maree un poco, de lo contrario la iremos diluyendo”[5].
Y al diluir la fe, diluimos nuestra propia vida.
Otra imagen errónea que a veces tenemos de Dios, se asemeja a una máquina expendedora –o al genio de la lámpara–. Nuestra relación con Él se vuelve un “quiero más, dame más”. Creemos que merecemos ser consumistas Suyos. Intentamos negociar con Él o le agradecemos sólo para mantener “la cuenta al día”, como si fuera nuestro banco. Intentamos tener una relación por conveniencia o comercial.
Más popular aún es la caricatura de Dios como verdugo que nos quita lo que queremos o a quienes queremos. Cuánta gente lo culpa por la muerte de seres queridos o piensa que los pone a prueba con desgracias. Pero Dios no nos castiga, no nos obliga, no nos amenaza, ni nos asfixia. No es vengador, ni nos pide sacrificios. Tampoco nos mira constantemente para ver qué estamos haciendo mal. Por eso no está bueno dejar de hacer cosas por miedo a él; que no es lo mismo que, cambiar algo malo, por amor a él, a los demás y uno mismo. Dios no verdugo ni es fatalista. A veces se cree que causa grandes desastres (muertes, guerras, catástrofes), que es el culpable de lo que pasa en el mundo, o nos maneja como quiere. Por el contrario, Dios sufre con nosotros, su ternura nos abarca por completo, y se compadece de nuestra realidad. Las desgracias del mundo tienen que ver con el mal uso de nuestra libertad –cuando causamos guerra, provocamos hambre, miseria–; con la fragilidad del hombre –cuando nos enfermamos–; o con la fragilidad del mundo –terremotos, tempestades. ¿Y Dios no puede hacer nada para salvarnos? Sí, en el principio nos había creado en un estado de Paraíso, donde la muerte y el dolor no existían. Pero el ser humano decidió que podía vivir sin Dios, que podía decidir lo que le hacía bien y lo que le hacía mal[6]. Desde entonces vivimos en la fragilidad del tiempo presente. A esa fragilidad vino Dios hecho Hombre en Jesús para salvarnos y esperamos ansiosos Su Venida Definitiva, donde ya no habrá muerte. “Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo (…). Se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales (…) Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?”[7]. La victoria es de Jesús, que se entregó por amor a nosotros, y como Él, seremos revestidos de Su Resurrección.
Una falsa imagen Dios que le gusta mucho usar a la gente, es compararlo con una plastilina. Cuántas veces creemos que podemos modelarlo a nuestra medida o a nuestro gusto. Pensamos que Dios se adapta a lo que queremos. O creemos que Dios cambia de parecer a medida que pasan las eras. Suponemos que tanto él como su Iglesia tienen que adaptarse a los nuevos caprichos del hombre, dejando de lado sus ideales. ¡Cuántas veces la humanidad pretende cambiar los valores universales, en nombre de la modernidad! Pero Dios, que sabe lo que realmente nos hace bien y lo que nos hace mal, no se adapta a nuestra medida. Dios es eterno. Su Palabra no cambia según las generaciones lo piden. Dios no es de plastilina y nuestra identidad tampoco debería serlo. Porque muchas veces nos dejamos modelar por la cultura y los medios de comunicación, perdiendo la esencia de ser nosotros mismos.
Hay una frase popular que dice “los tiempos cambian…”, un refrán que muchas veces nos propone darnos por vencidos, resignarnos. Es cierto que hay cosas que se transforman para mejor, pero muchas otras nos modelan para gusto de otros. Nos hemos convertido en una sociedad manipulable. ¡Y qué tristeza me da cuando los jóvenes caen como mosquitos en la luz! Qué triste es ver que los valores que nos enseñaron se pierden sólo porque un actor o una actriz nos dice cómo debemos vivir. “Eso era antes” es otra frase que nos promueve un cambio constante, como si lo anterior fuera malo sólo por ser previo a nosotros. Cuánta ignorancia reina en el mundo, que no podemos amar y aprender de nuestras raíces, sino que las desechamos. Pero la copa del árbol, sus ramas, no le pueden decir a la raíz “no te necesito”, porque no va a tener de donde beber o alimentarse. Peor aún, nos dan cualquier “alimento” y lo aceptamos por bueno, sin cuestionarnos nada. Si lo dicen los medios, lo consumimos. Si nos proponen cambiar nuestra identidad, lo hacemos. Qué triste ver a los jóvenes arengando falsos ideales que les implantaron en la conciencia, creen que luchan por ideas propias y no son más que slogans que repiten sin comprender ni profundizar.
Dios no nos soñó de plastilina, porque él tampoco lo es.
Otra falsa imagen de Dios, es pensarlo como alguien lejano, como una estrella brillante e inalcanzable. A veces Creemos que somos demasiado pequeños como para importarle. Pero bien dice la Palabra “¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros”[8]. Por eso no debemos suponer que Dios es inalcanzable, por el contrario “él no está lejos de cada uno de nosotros”[9].
Contrarias a todas estas falsas imágenes, sabemos que Dios es amor[10] y de ese amor infinito, que rebalsa, creó a la Humanidad. Su amor es creador y es gratuito, por lo que no nos pide nada a cambio. Nos invita a conocerlo porque anhela nuestra amistad y si nos propone algo, es porque sabe lo que nos hace bien. Él está comprometido con nuestra vida y nos ama, por más que a veces no estemos cerca suyo. Cuando nos alejamos, espera nuestro regreso con los brazos abiertos, lleno de misericordia, porque le encanta vernos volver.
Dios, que es Amor, nos creó para amar. Nos hizo a Su imagen y semejanza y nos dio rasgos Suyos. Todo lo que es bueno en el hombre, es regalo de Dios. Y tanto nos amó que se hizo uno de nosotros en Jesús. Siendo Divino tomó la condición humana, hizo suya nuestra fragilidad, para salvarnos. En Jesús se expresó, se encarnó y se hizo más visible. Porque “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”[11].
Dios es amor comunitario, porque es Uno y Trino a la vez. Tres personas y un sólo Dios. Un misterio de fe que no es tanto para comprender, sino para aceptar y agradecer. Como una familia, Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo[12]. Una comunidad Divina. Por eso nos sueña en familia y en comunidad.
Dios es amor y al amor se lo conoce amando.
Agradezcamos a Dios por tanto amor y pidámosle que siempre vivamos a Su Imagen y Semejanza, reconociendo su verdadero Rostro. Que nos quite toda falsa imagen que tengamos de Él, de nosotros o de los demás.
[1] “Se llaman sacramentales los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida”. Catecismo de la Iglesia Católica 1677. [2] No es propio del cristiano ir a ver brujas, ni que te tiren las cartas, ni lean la borra de café, ni nada por el estilo. [3] Que en teoría anuncian lo que nos va a pasar, quitándonos la libertad que Dios nos da. Se sabe, además, del testimonio de un hombre que trabajaba en una revista conocida, inventando horóscopos a primera hora de la mañana junto a sus compañeros. [4] Por ej.: el gato de la suerte, el elefante de la fortuna, el muñeco de buda, el ojo de horus, la cruz egipcia, atrapa sueños, mandalas, llama ángeles, etc. Estas cosas toman el lugar de Dios, porque se cree en ellas como si tuvieran vida o poder alguno. En el fondo, son ídolos modernos. [5] Sylvia Claudia Iglesias. [6] Gn. 1-2 [7] 1 Cor. 15, 21-55 [8] Mt. 10, 29-31. [9] Hech. 17, 27. [10] 1 Jn. 8. [11] Jn. 3, 16. [12] Por eso los cristianos nos hacemos la señal de la cruz y decimos “en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Es un signo por el que manifestamos nuestra fe en Dios Uno y Trino. También manifestamos que Jesús nos redimió por Su Cruz. Por ejemplo, al entrar al Templo, o pasar delante de una parroquia, nos hacemos la señal de la cruz, porque Dios está ahí presente. También es un modo de abrir el diálogo con Él, al iniciar una oración, para ponernos en presencia de Dios, profesando lo que creemos.
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