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Conocer a Dios


Jesús nos dice en su Palabra, que la Vida Eterna consiste en conocer al Padre, único Dios verdadero y al propio Hijo, enviado para salvarnos (Jn. 17,3). Es Él quien quiere darse a conocer para que todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento pleno de la verdad (1 Tm. 2, 3-4). Esto parte de una premisa: no estamos en el Paraíso y por ende somos mortales. Si queremos vivir eternamente, tenemos que animarnos a conocer a Dios.


Muchas veces habremos escuchado que Dios nos creó por amor, pero no siempre comprendemos la profundidad de esa frase: él, que es perfecto y bienaventurado en sí mismo, quiso crearnos porque tuvo las más tiernas ganas de hacerlo. No tenía necesidad de nosotros, podría haber decidido no crear a la humanidad y sin embargo lo hizo. Por ese amor es que nos llama desde el principio de la historia. Nos invita a conocerlo de verdad. Y cuando lo conocemos profundamente, no podemos evitar amarlo con todas nuestras fuerzas. Él convoca a todos sus hijos dispersos por el mundo a causa del pecado a reunirse una vez más a su mesa, en su casa, en su familia que es la Iglesia. Ese llamado lo hace a través de Jesús, su Hijo, nuestro Hermano Mayor. Nos llama a todos los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos adoptivos, herederos de su bienaventurada vida eterna (Cfr. CCE1).


¡Dios quiso que esta llamada resonara en toda la tierra en todo tiempo! Por eso Jesús envió a los apóstoles, para que anunciaran el Evangelio ordenándoles "vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 19-20). Ellos salieron y predicaron por todas partes, sostenidos por el Señor que colaboraba con ellos y confirmaba la Palabra con señales que la acompañaban (Cfr. Mc. 16, 20 / CCE2).


Quienes conocemos a Dios y su amor por nosotros, conocemos el llamado de Jesús, y no podemos menos que amarlo. Ese amor responde con libertad y urgencia a la vocación primera: anunciar la Buena Noticia. Ese el tesoro recibido de los apóstoles, guardado por sus sucesores, al cual todos somos "llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y la oración" (Cfr. CCE3 / Hch. 2, 42 ).

Conocer a Dios es el horizonte por el cual de la muerte pasamos a la bienaventurada vida eterna, por Él prometida.



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