Familia de Dios
- Alvaro Panzitta
- 5 nov 2020
- 1 Min. de lectura

Nací en el seno de una familia cristiana en el mes del Sagrado Corazón de Jesús.
Me bautizaron en la parroquia Dulcísimo Nombre a temprana edad por temor a que no sobreviviera, ya que padecía una cardiopatía congénita.
Cada domingo íbamos a San Alfonso, la parroquia del barrio, donde mamá cantaba y tocaba la guitarra. Las canciones que más me gustaban eran "Hay un río de vida" y "Prueben que bueno es el Señor". Temas que me acercaban a Dios, me daban paz y tuvieron que ver con la espiritualidad que seguí desarrollando años después. También me sentía llamado –encendido– cuando cantábamos “El profeta”, yo también quería anunciarlo a Dios, no podía callar el fuego que ardía en mi interior.
Antes que yo naciera, mis papás participaban en un grupo carismático, el cual intercedió por mí durante la gestación y tres años después, cuando llegó la operación.
La intervención fue en el Garraham, donde estuve 90 minutos con el corazón fuera del cuerpo y tengo la certeza que Jesús estuvo conmigo –hasta me parece recordar haber estado juntos a la orilla de un lago, comiendo pescado asado.
Eso hizo crecer mi devoción por su Sagrado Corazón. Él me cuidó como un hermano mayor lo haría con el más pequeño. Y yo quise hacer lo que hace todo hermano menor, imitar al más grande para parecerme en todo lo que pudiera.
Con el tiempo ese se volvió el lema de mi vida: "el hermano menor imita al Hermano Mayor y de él aprende a caminar".
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