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2. LUZ EN LA OSCURIDAD


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La propuesta de estos encuentros (a los que llamo panes) es la siguiente. Ustedes pueden ir anotando en un cuaderno lo que les llega al corazón. Lo que les hace bien. Lo que les queda resonando (una palabra clave en todo esto).


Hay una oración que yo hacía mucho en ese tiempo y me parece que está buena para volver a hacer, que decía lo siguiente: “querido Jesús, enséñame a responder como vos respondes, enséñame a amar como vos amás, enséñame a enseñar como vos enseñas, que en todo me inspires vos y qué si no, no me Inspire nada”.


Así que la primera charla que van a leer en unas páginas más se llama Sencillos como el pan, o La sencillez, o como le quieran poner. La primera vez que escribí ese encuentro fue a la luz de una vela. 


Como les contaba, trabajábamos cuidando una casa de retiros espirituales. Era un trabajo arduo. Casi no dormíamos. Había paredes venidas abajo, pérdidas de gas, pasábamos 18hs o más de pie en las cocinas. Mi corazón -operado a los tres años- latía como nunca, tenía miedo a morir en un sin sentido absoluto, porque nada era cómo nos habían prometido.


Veníamos de perder a nuestro primer hijo, Josecito. Había renunciado a mi trabajo de profesor porque nos aseguraban que aquello era mejor. Nos habían prometido un trabajo tranquilo en una casa quinta, sirviendo a los hermanos que fueran a rezar. Sin embargo, habíamos sido engañados como a niños de pecho.


En medio de la fatiga, estaba decidido a anunciar el Evangelio. Sentía que me lo proponía Dios. Esa noche me senté a escribir el primer encuentro, quería dar un paso a la propuesta de Dios y ¡zas…! Se cortó la luz en toda la zona. Era un barrio carenciado y muy peligroso en el conurbano bonaerense.


Imagínense la primera reacción de frustración. Nos quedamos incrédulos de lo que acababa de pasar. Era el único ratito que tenía para hacer algo porque estábamos esclavizados las 24hs. Entonces pasé de la frustración a la esperanza. Recordé que los monjes escribían antaño a la luz de las velas o de las lámparas de aceite. Así que, si el Enemigo me apagaba la luz, yo iba a encender una vela. Ahora que lo pienso, es lo que pasa en este mundo que anda a oscuras, somos la Luz de Cristo.


Escribí a mano (tan acostumbrado estaba a la computadora en vano). No iba a dejar que nada me detuviera. 



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