Transformarse

El encuentro personal y comunitario con Dios hace que nuestro corazón vaya transformándose para mejor cada día, tendiendo hacia ese Ideal de Santidad que nos aleja de vivir superficialmente. No da lo mismo escuchar una charla de fútbol, que una de fe. No da lo mismo ver un documental sobre animales, que escuchar la Palabra de Dios. Hay cosas que nos divierten, que nos gustan, que nos aportan a su manera. Pero la propuesta de una vida con Dios, nos transforma por enteros. Nos pone en camino a ser la mejor versión de nosotros mismos.

Caminar con Dios no es algo que queda aislado. No es algo que vivimos solamente los sábados durante el encuentro comunitario o los domingos en la misa. Cada día es un nuevo despertar con Dios. Cargamos las fuerzas los fines de semana, y enfrentamos la vida de lunes a viernes. Seguimos siendo comunidad aún fuera del espacio de grupo.

Es bueno armarnos en casa un altarcito, poner la Palabra, alguna cruz o alguna imagen de Jesús. Y orar cada día para ser mejores personas, para alcanzar ese ideal de Santidad.

Dios se nos va a ir revelando de una manera u otra en la semana. En la paz de la oración. En la forma en que tratamos a los otros. Será nuestro compañero en cada alegría y en cada tristeza.

Dios está con nosotros.

Y si Dios se nos va revelando, mostrándonos una manera distinta de vivir, no podemos quedarnos en lo mismo. Él nos interpela a hablarle bien a los demás, a no sacarle el cuero a nadie, a respetar a nuestros docentes, a los compañeros de trabajo o de estudio, a nuestros hermanos en la fe, y a nosotros mismos.

Nos interpela para preguntarnos ¿qué estamos haciendo con nuestra vida? que es un regalo Suyo ¿Cómo tratamos a nuestro cuerpo, con lo que consumimos, con las relaciones que tenemos? ¿Cómo tratamos a nuestro corazón? ¿Nos respetamos? ¿Respetamos a los demás? ¿Buscamos que nos respeten? ¿Nos amamos? ¿Nos dejamos amar?

¿Qué cosas tenemos que transformar para cuidarnos más? Alimentarnos mejor, tomar menos alcohol, dormir más horas. ¿Qué vemos en los medios de comunicación? Lo que leemos, vemos o escuchamos, puede alimentar o dañar nuestro corazón. ¿Qué relaciones frecuentamos? ¿Son sanas o tóxicas?

Transformar la manera de vivir nos purifica, nos limpia, nos hace bien.

Dios quiere que vivamos bien, que seamos felices. Tiene una Promesa para nosotros, de trabajo, de pareja, de comunidad. Si andamos rebotando entre propuestas que no son la Suya, vamos a salir lastimados e ir alejando lo que Él nos quiere regalar, que es bueno y abundante.

Y para tener el corazón más sano, vamos a tener que pelear contra lo que nos hace mal.

Algunos nos van a tildar de locos, otros nos van a prohibir –o presionar– para que dejemos de participar de la Iglesia. Nos van a llamar “rebeldes” o “antiguos”. En todo, vamos a sufrir alguna persecución. Pero sabemos que mientras nos mantengamos cerca de Jesús, la Victoria es Suya –y será nuestra, por lo bien que nos hace.

En determinado momento, vamos a ser causa de sanación para otros, cuando Dios mismo nos invite a “salirles al rescate”. Porque no da lo mismo vivir en el desorden que lastima, a vivir de una manera ordenada.

Aunque nos quieran vender que tomar hasta quebrar sea divertido, al otro día no damos más. Aunque nos digan que es mejor acostarse con cualquiera, después quedamos con un vacío interior que no sabemos cómo llenar. Y cuando más solos estemos, cuando todos los que nos vendieron un “mundo de sensaciones” nos den la espalda, sólo habrá Uno que no se haya ido: Jesús.

Y nosotros somos las manos, las palabras y la mirada de Dios para consolar al que tocó fondo y necesita levantarse.

Ese amor a los demás no es un show. Es amar en el silencio sin esperar mayor recompensa que ver feliz al otro, sea quien sea, con la felicidad perpetua de haber encontrado a Dios.

Podemos preguntarnos si vivimos realmente con Dios cada día o nuestra fe queda en la charla grupal de los fines de semana. Si dejamos que Él nos transforme para mejor. Y qué cosas de este tiempo necesitamos cambiar para seguir creciendo sanamente.