En las cartas anteriores compartíamos la manera en la que Dios nos anima a vivir, como hombres de corazón sencillo, libres y confiados en Su Providencia. Hablamos de un Dios que se preocupa por lo que nos pasa a cada uno y por eso nos libera de nuestras ataduras y nos ayuda en el camino. Lo comparábamos con Moisés y el cruce del Mar Rojo. Pero a Moisés, Dios no sólo le había prometido la libertad, sino una tierra donde asentarse, un lugar donde el pueblo iba a poder crecer y